“Fue una intensa noche de carrete en Buenos Aires. Llegué esa misma mañana con mis compañeros a celebrar los 10 años de la agencia. Viajé con ese motivo, pero en el fondo sólo me interesaba despertar lo más temprano posible para irme al Once a comprar cositas lindas para armar mis collares. Sabía que sería un día arduo pues sólo tendría un par de horas para vitrinear y comprar, así que me mentalicé a no dejarme llevar por la cálida noche, la conversa y el copete. Obviamente que mis planes no resultaron como esperaba y terminé acostándome pasadas las 5, jurándome que dormiría sólo algunas horas para salir rauda, cuestión que tampoco fue así. A duras penas salí del hotel poco antes de las 11 am, con el cuerpo reclamándome sueño (soy de las que duerme al menos 8 horas post carrete), con la cabeza como globo, la guata enojada y el cielo lluvioso.
Llegué a destino con una semi caña que me impidió comerme todas esas medialunas que esperaba, con suerte una botellita de agua y ya está, a caminar! Mientras me sacaban la cuenta en el primer negocio, me sentí mal. Tal como con la caña, jajaja. Creí que hasta ahí iban a llegar las compras y que tendría que correr a un baño quizás dónde, pero no!, me aguanté como una mujer y ya está.
A eso de las 13 ya llovía fuerte. Entré a una tienda a comprar un paraguas para seguir mi camino, y a esta altura ya empezaba a pesarme la falta de sueño, el dolor de guata y los pies mojados. Porque, linda yo, no se me ocurrió nada mejor que llevar mis zapatillas de lona negras del demonio, exquisitas para caminar pero definitivamente no aptas para la lluvia. Caminé varias cuadras con los kilos en la espalda -habrán sido 8 o 10- y en una gran vitrina de zapatos chinos, clásico lugar donde no hay prácticamente NADA con onda, las vi a ellas: verdes, sonrientes y exquisitas. Considerando lo mucho que detesto los zapatos puntudos (porque, me disculparán, los pies no son puntudos!!) fue una gran sorpresa, el vuelco del corazón al verlas. Las pedí y me las probé. Maravillosas. Una niña de unos 6 años me observaba del otro lado de la zapatería y me acerqué a preguntarle si le gustaban, mientras se probaba unas botas de princesa. Me dijo que no, que eran feas. Le respondí que yo quisiera unas como las que se probaba, pero que no había en mi número me miró incrédula y me reí. Me las llevo. Me las llevo puestas.
Iba entera de negro, así es que se veían bellas, me sentía una argentina cualquiera :)
Ya eran cerca de las 4 y la mochila me pesaba enormemente, así que caminé varias cuadras hasta llegar al mall, pensando que encontraría casilleros o una custodia. Nada. Decidí caminar un poco más, vitrineando las tiendas de la Av. Santa Fe, seguía lloviendo. El agotamiento me ganó y tomé un taxi hasta El Cuartito para comerme esa delicia de pizza argentina de morrón y aceituna verde. El resto de la tarde la pasé sentada en el lobby del hotel, a la espera del taxi que me llevaría al aeropuerto.
Al llegar a Santiago tras un fallido vuelvo, protagonista de otra historia, noté con mucho pesar que el agua le había jugado una pésima pasada a las verdes, manchándolas y despegándoles la suela. Las mandé a arreglar pero nunca fueron las mismas. Igua las conservo y no olvido cómo me guiñaron el ojo en la vitrina china aquella vez. De vez en cuando las uso y me río pensando en las botas de princesa que hubiera comprado si existieran en mi número”.
Anika Diez Célery - @RealColorina - Publicista